Saturday, December 23, 2006

El perfecto analista


¿Por qué el cine de Manoel de Oliveira, junto al de Jean Marie Straub, es el único del que no me atrevo a dar cierta exégesis? ¿Por qué me supera de esa manera tan irrefutable? Quizá, primero y fundamental, porque no disponemos en castellano de análisis extensos sobre su cine, como sí tenemos de otros autores igualmente complejos de la talla de Bresson, Godard o Kiarostami. Un análisis, una interpretación lúcida del universo de un director, termina siendo definitivo a la hora de clarificar y orientar nuestra atención perdida, ambulante por un plano que la despunta y deslumbra. Un analista es aquel que te da el empujón, que te aúpa en los obstáculos insalvables o de difícil acceso, y por eso estaré agradecido eternamente por la labor del verdadero crítico, minusvalorado y relegado a círculos marcadamente elitistas, no por orgullo, sino por desprecio de la masa. Ámbitos cerrados por oposición, como fuerza de reacción en un acto de resistencia a las estandarizaciones, a la muerte del Arte.
Giremos la espalda frente a la dominación hegemónica, el culto al subproducto y al bien de consumo. No es snobismo, repito, se trata de una respuesta renuente ante las fuerzas que nos oprimen y alienan para construir ciudadanos a imagen y semejanza del patrón de moda, piezas de la gigantesca máquina de hacer dinero en que se ha vuelto el mundo. ¿O siempre ha sido así?
Conclusión: algún día me atreveré con Oliveira, hablaré de su plano medio frente al actor, del valor del símbolo, de la palabra y el cuadro en contrapunto virtuosístico.
Y de Straub, claro, y el significante soterrado, el texto y la imagen divergentes, la segunda aplanada por el primero, que escapa en órbitas, oscilante...

Saturday, December 09, 2006

Los desesperados (Miklós Jancsó)


Szegénylegények (1966)

Directed by Miklós Jancsó

HUMILLADOS Y OFENDIDOS

El cine de Miklos Jancsó ha sido olvidado, condenado al silencio por muchas voces; pero otras, dentro de un restringido círculo cinéfilo, llegaron no hace demasiado a mi habitación. Comencé a interesarme por él, en realidad después de conocer directa e indirectamente la obra de Bela Tarr: tanto la suya propia ("Werkmeister Harmóniák") como sus influencias en el cine más reciente ("Gerry", "Elephant" y "Last days").Como decía, Bela Tarr ha confesado alguna vez - y es obvio que lo haga, pues lo paralelismos están ahí- que el cine de Jancsó se estructura como punto de partida en sus intereses formales.Son cineastas de un mismo país, comparten cultura por tanto y un modo de narrar: el interés en el tiempo cinematográfico dentro del plano. Siempre me ha parecido que existe una forma de narrar propia de los países del Este: el plano-secuencia. Estos dos cineastas lo confirman. Probablemente se deba a la omnipresente figura de Tarkovski, que practicamente está detrás, como corriente inspiradora, de todo el cine del antiguo bloque soviético, y pienso también en su heredero "natural" Alexandr Sokurov. El cine de Tarr y Jancsó no maltrata al espectador como el del último, excesivamente exigente y carente de cualquier empatia con el público. Y sin embargo, Jancsó no es fácil. En él prevalece una voluntad exploratoria de las posibilidades del plano secuencia, esencia de los vientos del Este, la capacidad para esculpir en el Tiempo. Y esculpir se erige como palabra más aproximada, pues hablamos de un cine tridimensional, la imagen se desliza por el continuo espacio-temporal, el campo se define no a través de los cortes y el raccord, el campo y el contracampo se forman con el movimiento del plano-secuencia,que en cada momento es lo que vemos, lo que selecciona la cámara del espacio mientras el tiempo no deja de transcurrir, realidad temporal que fluye como absoluta mientras el espacio se recorre, siempre de manera espacial, dentro del campo de visión. El manejo que hace Jancsó de este mecanismo en "Los desesperados" simplemente es increíble, primero porque su concepción histórica es sustancialmente conceptual: las represiones a los campesinos durante la segunda mitad del XIX en el imperio austro-húngaro se ejemplifican en un fuerte, prácticamente cuatro paredes blancas. Y la inmensidad de la llanura húngara,con un viento siempre presente, al modo de Antonioni, perturbando el silencio y azotando las hierbas. Hay momentos muy fordianos,cuando la cámara se para y presta atención a los personajes, habitando grandes espacios y distrubuidos para aprovechar la profundidad de campo. Y el final, pura lucidez, la historia la escriben los grandes nombres, y los desesperados no son más que esa masa anónima, que sufre y muere, por los siglos de los siglos, es algo que nunca cambia.