Nunca he podido entenderme con las grandes ideologías. He encontrado problemas al marxismo en todas sus vertientes: eurocomunista, trotskista, maoísta, etc. Lo mismo ha ocurrido con el anarquismo, la socialdemocracia y por supuesto el liberalismo. Podría decir que encuentro el mismo problema de fondo en cada uno de ellos: imponen una interpretación de la realidad social que termina por estrangularla. El individualismo da una respuesta burda a los problemas planteados por la cultura, y las diferentes formulaciones antihumanistas, ya sean colectivistas o en un plano de abstracción, estructuralistas, sobredeterminan el universo voluble de significaciones que configura una sociedad. Parece que la insistencia en varios aspectos colapsan la función de onda del universo, en un sentido cuántico, excluyendo los elementos restantes, cuya indeterminación ontológica nos impedirá conocer la totalidad, precisamente porque la totalidad ha dejado de tener sentido frente a la incertidumbre.
En lo personal, política y filosóficamente (pienso que hay un nexo de unión muy claro) prefiero aferrarme a las microestructuras (por ejemplo, como resistencia a lo que Foucault llamó biopoder), con la seguridad que también éstas forman parte del mito de la representación en relación a formas discursivas. Yo he llamado siempre a esta actitud un posicionamiento distanciado, un saber vivir en la superficialidad como actitud frente al fantasma del nihilismo. Porque soy nihilista, pero evidentemente, uno no puede existir en la nada; la sociedad vive, y yo en ella como producto, bajo la sombra de la simulación. Y mientras tenga la obligación de jugar, esto es, mientras permanezca vivo, haré de la lucidez y el escepticismo eje central de la praxis y la reflexión teórica, al fin y al cabo unidas. Me reconforta que el recientemente fallecido Baudrillard mantuviese una postura similar:
“…en un sistema cuyo imperativo es la superproducción y regeneración de significado y lenguaje, todos los movimientos sociales que apuestan por la liberación, la emancipación, la resurrección del sujeto en la historia, del grupo, del lenguaje como un despertador de conciencias, de una captación del inconsciente de los sujetos y las masas, están actuando en total concordancia con la lógica política del sistema.”
Compadezco al fanático, al activista concienciado, porque tiene fe.
En lo personal, política y filosóficamente (pienso que hay un nexo de unión muy claro) prefiero aferrarme a las microestructuras (por ejemplo, como resistencia a lo que Foucault llamó biopoder), con la seguridad que también éstas forman parte del mito de la representación en relación a formas discursivas. Yo he llamado siempre a esta actitud un posicionamiento distanciado, un saber vivir en la superficialidad como actitud frente al fantasma del nihilismo. Porque soy nihilista, pero evidentemente, uno no puede existir en la nada; la sociedad vive, y yo en ella como producto, bajo la sombra de la simulación. Y mientras tenga la obligación de jugar, esto es, mientras permanezca vivo, haré de la lucidez y el escepticismo eje central de la praxis y la reflexión teórica, al fin y al cabo unidas. Me reconforta que el recientemente fallecido Baudrillard mantuviese una postura similar:
“…en un sistema cuyo imperativo es la superproducción y regeneración de significado y lenguaje, todos los movimientos sociales que apuestan por la liberación, la emancipación, la resurrección del sujeto en la historia, del grupo, del lenguaje como un despertador de conciencias, de una captación del inconsciente de los sujetos y las masas, están actuando en total concordancia con la lógica política del sistema.”
Compadezco al fanático, al activista concienciado, porque tiene fe.
No comments:
Post a Comment