De Roberto Rossellini, figura mítica del cine y la cultura europea, nos acordamos con frecuencia a propósito del neorrealismo, revolución en la historia del cinematógrafo y principio posibilitador del llamado cine moderno, aquel que identificó Deleuze con la imagen-tiempo y que pregonaba salir a la calle para atrapar la realidad. También recordamos, ya en plena ola de la modernidad, sus films con Ingrid Bergman, aquellas lentes introspectivas reductoras de la dimensión social al minimalismo dramático, microcosmos personal en correspondencia con un mundo nuevo tras el Apocalipsis de la ocupación. Pero si avanzamos unos pasos, el impacto mediático de su carrera se diluye, y pocos parecen recordar su emocionante etapa televisiva. En efecto, la aspiración por retratar e incluso anticipar el ser humano que resucitaba de sus cenizas en la Europa de posguerra le lleva a primero a descubrir su aislamiento, y después, a enfrentarse a esa crisis cultural: “Por esto quiero retirarme de la profesión y pienso que tengo la obligación de prepararme -con toda libertad- para replantearlo todo desde el principio, para volver a retomar el camino a partir de bases completamente nuevas”.
Se encuentra en los años 60 y de este replanteamiento nace el convencimiento de que la televisión tiene un inmenso potencial didáctico, por lo que abandona el cine en detrimento de ésta, al encontrar en ella el mecanismo perfecto de difusión cultural. Su intención consiste en utilizar la televisión como medio resistente al espectáculo del cine, status del que parece no liberarse desde Meliès. Hay en Rossellini un afán divulgador y científico que le une con los Lumière, y también un rechazo frontal al gran espectáculo como causa de la crisis cultural; Europa ha salido de la miseria moral y económica para caer en la miseria cultural, la industria produce distracción a las masas para separarlas de la Verdad (columna vertebral del pensamiento rosselliniano), y esto es lo que distancia a una figura como Rossellini del Situacionismo: la reivindicación del espíritu renacentista, el humanismo racional enraizado con su actitud ética un tanto ingenua alejada del nihilismo y el estallido revolucionario del entorno de Guy Debord. Rossellini plantea lo siguiente:
“Ningún film, ni ninguna obra literaria, plantea los temas que preocupan de manera concreta a la nueva humanidad, por este motivo no se ha encontrado un nuevo sentido dramático. Por eso digo que considero necesario examinar otra vez cada cosa desde sus orígenes, hacer como el maestro de escuela elemental que intenta explicar de la manera más simple y lineal los grandes hechos de la naturaleza y la historia.”
La teoría cristaliza en una suerte de enciclopedia audiovisual, el cine como medio para contar los acontecimientos que han marcado la historia occidental. Lo verdaderamente revolucionario de este proyecto es que radicaliza aquel principio de mirar a las cosas como si fuese la primera vez: en films como Sócrates y Viva Italia la imagen es limpia, de una pureza cristalina, ingenua en el buen sentido de la palabra, precisamente en su intención didáctica. “Hacer como el maestro de escuela elemental”. La puesta en escena de estos films no podemos decir que conduzca a la abstracción de las formas, no le lleva a huir de la representación como en Le procès de Jeanne d´Arc, sino que Rossellini opta por arrastrar la atención del espectador hacia los discursos. El plano más neutro, los decorados y vestuarios simplificados y apenas esbozados, medios de contextualización y no fines como en el cine histórico hegemónico, la desdramatización y las situaciones puramente discursivas son elementos dispuestos para focalizar la mirada en las palabras y su significado. Rossellini cree en la reconstrucción material del espíritu del tiempo que propició aquellas ideas, por medio de la “imagen esencial”. Representación que se dirige a la transmisión de ideas como fin último del cine, pues en su capacidad de recreación, de acercamiento racional al mito y al arquetipo (dialéctica entre el conocimiento y la ilusión, según Àngel Quintana), se abren multitud de posibilidades educativas: el que mira reconoce unos hechos, se ve sumergido en un mundo de una manera mucho más inmediata que con la lectura por la capacidad ontológica del cine de aprehender la realidad, y por lo tanto puede hacerse participe de determinada herencia ética que le obliga a plantearse la vigencia del mensaje moral de un Sócrates o Descartes. La materialización del sueño de Comenius, hija milagrosa del cinematógrafo.
La postura estética de Rossellini es extrema, y pocos cineastas han escogido el camino didáctico, aunque algunas de las películas que recogen su herencia, como Palabra y utopía, Una película hablada o Triple agente son pequeños tesoros, especialmente la primera.
1 comment:
La verdad es que no conozco nada de la etapa televisiva de Rossellini, pero estoy convencido de que será interesantísima. Desde luego, la trayectoria seguida por Rossellini desde el neorrealismo es de lo más fascinante, e imagino que mucho tuvo que ver lo que dio de sí su vida personal.
Lumiere vs Melies..., empiezo a pensar si no se reducirá todo a eso.
Por cierto, me has dado una alegría con lo de Triple agente, una película que me encanta (bastante obvio siendo Rohmer) y que fue despreciada hasta por los fans del director.
Un saludo!
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