Friday, May 23, 2008

Violent Virgin



Eros y Thanatos puestos en escena.

“Con Wakamatsu ocurre exactamente lo contrario: cada escena, cada plano, están signados por la incomodidad. Su empresa cinematográfica, un poco como la de Oshima, nació signada por una consiga que parece haber sido demostrar que Japón era exactamente lo contrario de lo que se cree en los films de Ozu. Ninguna tradición, ningún apego familiar, ningún sentimiento nacional que valga, ningún espacio para el arte o la tranquilidad: we are not in Ozuland any more. El mundo de estas películas es sexo, violencia, política y más sexo.
(…)
Secrets beyond the wall transcurre en un complejo de pequeños departamentos, donde la clase media japonesa se hacina en sus cuchitriles y sufre las consecuencias de la guerra, la desilusión de la militancia de izquierda y el peso agobiante de un futuro dedicado a sufrir y obedecer, al mismo tiempo que padece de un deseo loco de escapar de esa realidad, algo que no ocurrirá nunca salvo por la locura o el suicidio.

Si Secrets beyond the wall es la versión costumbrista de esta pesadilla, Violent Virgin es su contracara fantástica y alucinada. Una pareja intenta huir de su entorno mafioso pero es cazada por una banda de matones y prostitutas que martiriza a los frustrados amantes que ni siquiera gozaban al besarse. Ella será crucificada y él escapará gracias a que es un ser extraterrestre que tiene cola, mientras los capos mafiosos se dedican a la cacería humana con todo el grupo. La película sería un disparate si no fuera tan angustiante, tan opresiva. Con la apariencia de un spaghetti western, con rasgos del cine de explotación erótica, es un verdadero descenso a los infiernos y en sus 66 minutos tiene una cantidad enorme de vueltas y giros inesperados, pero nunca un momento de alivio. Los planos de Wakamatsu, cinemascope blanco y negro que de pronto vira al color durante un par de minutos, parecen ser anchos con la sola intención de poder incluir en ellos más desgracias, más humillaciones, más brutalidad.

Un rasgo resulta notable en las películas. Las escenas de sexo, tanto en Sex Jack como en Violent Virgin, transcurren en presencia de testigos. La célula comunista en la primera, la banda de lúmpenes de la segunda presencia o instiga los encuentros carnales, como si Wakamatsu quisiera recordarnos que una escena íntima en el cine es de todos modos un cuento chino porque siempre hay alguien que la está filmando.” (Quintín, crónica del BAFICI para La lectora provisoria)


Dos coches recorren una polvorienta carretera, filmados en scope. Dentro del primero, un hombre con los ojos tapados suplica orinar. Bajan del coche. El sonido del viento parece ser la única presencia que recorre el páramo donde han parado. El coche de atrás está lleno de jovencitas. Risas, zoom: se burlan y humillan verbalmente al chico de los ojos tapados, que orina sujeto por varios hombres. Una de ellas saca un tirachinas y del pedrazo el chico se retuerce de dolor, meando a uno de sus secuestradores.

Esta mezcla de humillación, violencia e irreverencia marcará toda la película, un crescendo de torturas y perversiones sexuales que parece rodado en scope, como dice Quintín, para poder incluir todavía más escenas brutales dentro de la pantalla.

Pronto, en un cambio de plano, veremos al chico secuestrado junto a otra chica en su mismo estado; atados, apenas pueden moverse. Y sin embargo, el chico fuerza al límite sus movimientos para poder meter la mano entre las piernas de la chica. Ella no quiere, pero el placer sustituye negativas por gemidos. Cambio a plano general: ellos no ven, pero nosotros, espectadores, presenciamos como están rodeados de otras espectadoras, las chicas de antes, que se ríen de ellos y les desnudan.

Nada parece tener sentido en este festival del exceso. Sí, excesiva pero con su punto ascético: un no-lugar, vacío y silencioso, cuya existencia parece justificada para albergar el horror, como si más allá de eso, los cuerpos se encontrasen en la nada.

Sin ropa, sin visión, si libertad de movimientos, él se retuerce y busca con la boca un pecho desnudo de ella, como si lo adivinase. Y en efecto, al contacto, parece acertar quién es ella. Se conocen. Se besan a tientas. Ella le dice que lo hace mal. Repiten, lo desean. Un hombre y una mujer con los ojos tapados, atados y arrojados en mitad de la nada se mueren por copular.

En efecto, el sexo se impone brutalmente en cada una de las secuencias, como si fuese el único motor que alimenta a los personajes, que dejan de serlo reducidos a máquinas deseantes, por utilizar la feliz expresión del Anti-Edipo.

Especulan sobre en el que se encuentran. Él piensa que están en un lago, por la brisa. Ella dice que en un sótano, por el frío.

Y a mi, me empieza a recordar a una obra de Samuel Beckett. Y uno comprende, que como aquellas, el film de Wakamatsu esconde una verdad desgarradora. Y un posicionamiento político radical. Poner todo patas a arriba, destruir todas las certezas. Liberar la libido. Un elogio a la explosión revolucionaria, un elogio desde el nihilismo más oscuro, supongo que más japonés que el festival colorista de un Glauber Rocha. En el fondo, son parecidos, Rocha y él. Y Makavejev. Francontiradores, provocadores y exclaman un ¡viva la revolución! Pero con imágenes y sonidos, con todo el poder que éstos les otorgan. Esto sí es cine político. El texto que le dedica Diego Brodersen para La lectora provisoria se titula Un anarquista tras la cámara:

“Si bien su obra siempre fue promocionada como exponente del pinku –el cine erótico japonés de explotación, menos legitimado que su primo lejano, el roman poruno, generalmente ligado a adaptaciones literarias-, sus películas se resisten a ser catalogadas superficialmente. Demasiado intelectual para las hordas de espectadores en busca de crudas escenas de sexo y violencia, demasiado violento y sexual para el público de cine-arte, sus películas son bombas de tiempo disfrazadas de objetos de consumo rápido.
(…)
A comienzos de 1970 Wakamatsu viajaría a Palestina acompañado de Masao Adachi, miembro del Ejército Rojo japonés, amigo personal y colaborador artístico del realizador. Este viaje iniciático para nada turístico, durante el cual el director conoció la realidad de la lucha de los palestinos, sería la génesis del film semi-documental The Red Army: Declaration of World War (1971), además de quedar “fichado” por presuntos contactos con terroristas, al punto de tener vedado el ingreso a los Estados Unidos desde ese entonces. Adachi es uno de los protagonistas de Ecstasy of the Angels (1972), film que celebra la anarquía y el desacato individual en contra de las rígidas estructuras de las guerrillas urbanas ligadas a la izquierda. Su último largometraje, un relato épico de tres horas de duración que lleva como título The Red Army (2007), es una reflexión desencantada sobre el grupo guerrillero y sus purgas internas que culmina con la reconstrucción de un hecho verídico que conmocionó a la sociedad japonesa: los diez días de secuestro de una mujer en el interior de una montaña.

En una entrevista reciente, Wakamatsu instó a todos los jóvenes del mundo a arrojar piedras como modo de protesta por todo lo que consideraran erróneo en sus respectivas sociedades. De jóvenes, insistía, ya que de mayores, con trabajos y familias que mantener, no sería tan posible ni razonable. Con 72 años recién cumplidos el cineasta no parece seguir sus propios consejos.”

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