
Si hablaba de Vértigo o el tiempo como espiral, uno puede ver esta obra total de Jacques Rivette como una espiral temporal, aunque por motivos distintos. Aquí los círculos concentricos no remiten al pasado ni giran sobre un punto físico como espacio de la muerte. Tenemos un punto sobre el que se envuelve la espiral, un punto que es un estallido de violencia, pasión y locura. Y se materializa en un lugar concreto: el apartamento que comparte la pareja protagonista. Así, la película avanza en todo momento sobre la repetición de una serie de situaciones, escenas y signos que en cada nuevo movimiento adquieren una gravedad insana, mórbida. El recorrido físico y mental de los protagonistas se curva por el peso de una violencia latente, una tensión que finalmente explotará en su punto final de destrucción, pero también de liberación libidinosa. En ese momento final anarquizante y gozoso, se percibe el signo de los tiempos: Mayo del 68 está ahí y pocas veces se había filmado de forma tan poderosa e íntima. Y en toda su fisicidad a pesar de su ausencia: la materialidad del papel pintado, el ruido al rasgarlo, el destrozo de puertas, de ropa, los gritos de júbilo, los happenings improvisados y delirantes, el sexo desenfrenado. Sorprende que un hombre comedido como Rivette ruede películas tan impetuosas.
Una película extraña, sin perder algunas constantes de su cine: el extrañamiento de la realidad, la espera de un acontecimiento que fracture el relato, la representación teatral (filmada más exhaustivamente que nunca y alternando texturas: los 35 mm de "la realidad" con los 16 mm de una grabación para una supuesta serie llamada Teatro de nuestro tiempo dirigida por... André S. Labarthé en un guiño genial) como contrapunto a la trama. Una planificación langiana gloriosa, que sin embargo en su exactitud deja cabida a unos actores que improvisan permanentemente (y es tan verdadero como Shadows): Rivette - aprendiendo en esto de su maestro Renoir - es de los pocos privilegiados capaces de, como escribía Adrian Martin, conjugar el poder de las formas del cine riguroso con las derivas del cine libre.
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Una de mis secuencias favoritas, como transformar - gloriosamente - en expresión corporal la desesperación mental del amor loco: